En muchas ocasiones tomamos decisiones pensando en resolver, mejorar, o prevenir alguna situación. Usualmente, estas decisiones son bien intencionadas y llenas de esperanza. Sin embargo, las cosas no resultan como imaginamos, planificamos, o esperamos. Pensamos que vamos a conseguir un buen trabajo, un buen esposo, una buena educación para nuestros hijos, un mejor futuro. Cuando miramos, el trabajo no es lo que esperábamos, el esposo resulta ser infiel y/o abusador, la educación resulta muy costosa y no se puede completar. En fin, vemos consecuencias que resultan ser todo lo opuesto a lo que esperábamos. En esta misma situación estaba Noemí. Salió de Belén de Judá con su esposo y sus dos hijos con la esperanza de un mejor futuro y regresó a Belén con las manos vacías, sin esposo ni hijos. Sólo tenía una nuera que era extranjera, algo no muy bien visto en Belén de Judá. Sin embargo, Noemí decidió regresar a su Dios. Ella se armó de valor y regresó a los suyos. Decidió encarar el terrible ¡te lo dije! Que mucho duelen esos ¡te lo dije! ¿Verdad? Pero Noemí se armó de valor y declaró lo incuestionable. Su condición era tan obvia que tan pronto entró a Belén toda la ciudad se conmovió.
El proceso de restauración de Noemí comenzó en Moab. Tan pronto Noemí reconoció que estaba en el lugar equivocado y tomó la determinación, dijo “¡me voy! Regreso a mi Dios”. De nada nos sirve reconocer que necesitamos ayuda si nos quedamos estancados en la situación sin dar un paso sin decidir qué hacer. Noemí se deshizo de todo lo que le representaba su pasado y prosiguió a la meta. Caminó aproximadamente siete días para llegar a Belén de Judá.
Como mujer puedo imaginar sus pensamientos durante esos siete días. Cuando vea a mi tía, que vergüenza… Ella nos trató de aconsejar. Y mi abuela, que me decía, ¿¡muchacha pero para dónde ustedes van!? Y Pepito, y Juanita, y Petra… Todas esas voces retumbándole en la cabeza. Por otro lado, el dolor y el luto de perder marido e hijos. Y no sólo eso, tener que traer a la moabita pues quiso venir tras de mí. Y mira que traté de que se quedara. ¿Qué va a decir mi familia?
Puedo imaginar que en su mente iba trazando un plan de cómo iba abordar a cada familiar, cada amiga, cada voz, enfrentar cada persona. Pero al final ¿qué iba a decir? Si lo único que tenía en su defensa era la triste realidad; estaba vacía. Me imagino que Noemí dijo como Job “de cierto mi corazón está como el vino que no tiene respiradero, Y se rompe como odres nuevos” (32:19). Me imagino que se sintió como el salmista David cuando dijo “Dios ha olvidado; Ha encubierto su rostro; nunca lo verá” (Salmos 10:11). A pesar de todo Noemí abrió su boca en confesión “me fui llena y regresé vacía”; “mi nombre es Noemí pero mi condición es Mara”.
Muchos de nosotros estamos en una situación similar. Quisiéramos sepultar la cabeza en la tierra para enajenar el mundo que nos rodea. Queremos hacer como los tres monitos: no oigo nada, no veo nada, no hablo nada. Pero es menester levantarnos, pararnos sobre nuestros pies, ver y considerar, y reconocer dónde estamos. Reconocer que necesitamos a Cristo en nuestra vida. Yo te invito a que abras tu corazón ante Dios. No importa cuál es tu condición. Dios conoce lo que hay en tu corazón, pero Él quiere que se lo expreses. Dice la Biblia en Proverbios 18:21 que “la muerte y la vida están en poder de la lengua” De ti depende si tu espíritu muere o vive. Ábrele tu corazón a Dios. Comienza a caminar hacia Dios. Sal de Moab y camina a Belén de Judá. Dios quiere cambiar tu lamento en baile; quiere desatarte del cilicio y ceñirte de alegría (Salmos 30:11). Quiere hacer como dice el libro de Eclesiastés “aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó” (3:15). Dios quiere restaurar tu vida. Quiere restituir “los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta… Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy Jehová vuestro Dios, y no hay otro” (Jeremías 2:25, 27). Dios quiere hacer de ti una vasija útil (2 Tim 2:21).