(C) Marilú Ickes
Muchos de nosotros venimos a Cristo pero en la entrada de nuestro corazón hay un paro/alto más grande que los que nos encontramos en las intersecciones de tránsito. Queremos vivir y experimentar las bendiciones que Dios tiene para nosotros. Queremos experimentar su protección y su cuidado. Sin embargo, no estamos dispuestos a abrir nuestros corazones para que Dios entre, saque lo que no sirva, lo que está dañado, y lo que está oculto.
Cuando alguien que es bienvenido, y llega a tu casa de visita, lo normal es que abras la puerta y le des entrada en tu casa. Lo más probable le ofrezcas algo de beber o comer. Lo más probable la persona necesite utilizar el servicio sanitario. Sólo tú decides si la persona come, bebe, o utiliza el servicio.
Cuando una persona entra a tu casa, tiene acceso a las áreas a las cuales tu le permites llegar. La persona no llega a la cocina si no se lo permites. Si la autorización es solamente para acceso la sala, hasta ahí llegó. La persona no va más allá, tu le estableces límites de acceso. De este modo, la persona nunca abrirá tus gavetas, ni verá debajo de la cama, ni lo que tienes dentro del closet/percha ni sabrá los lugares más íntimos de tu casa. Eso mismo pretendes hacer con Jesús.
Le entregas tu vida a Cristo y comienzas a ponerle límites a Jesús. “Hasta aquí llegas” “no intervengas en mi matrimonio” “¿lo de mi hijo? Lo resuelvo yo” “Seguiré odiando a mi padre por el resto de mis días” “jamás perdonaré a mi tía” Y la lista de los jamás, seguiré, hasta aquí, aquí no, aquí sí, es interminable. Déjame decirte algo. Dios es un caballero. La Biblia dice que Jesús toca a la puerta y si alguno abre, Jesús entrará. Si tú no abres la puerta, El no va a entrar. Pero recuerda que esto trae consecuencias. Si no entra, no te puede mostrar el rencor que te está consumiendo. No te puede mostrar el rechazo que te ha marcado. No te puede mostrar ninguna de las áreas, ni las puede reparar pues el letrero de DETENTE sigue ahí.
La Biblia, en Deuteronomio 4:39 dice “Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro.” Por más que quieras, no te puedes esconder de Dios. Reflexiona hoy, dale acceso a Jesús a todas las áreas de tu corazón. Las bendiciones de Dios están ahí para ti. El mismo libro de Deuteronomio, capítulo 30, dice lo siguiente:
Y te hará Jehová tu Dios abundar en toda obra de tus manos,
en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, para bien;
porque Jehová volverá a gozarse sobre ti para bien, de la manera que se gozó sobre tus padres,
cuando obedecieres a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos escritos en este libro de la ley;
cuando te convirtieres a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.
Para recibir las bendiciones de Dios tenemos que convertir nuestro corazón a Dios. No darle a Dios el acceso a nuestro corazón para que lo convierta, es un lujo el cual nos costará mucho. Dice el libro de los Proverbios “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón porque de él mana la vida (4:23)”. Si tienes vida o tienes muerte, eso depende de ti. Dale tu vida a Dios con libre acceso. No lo limites, no escodas, ni evadas. Tu felicidad depende de esto. Decía el salmista David “me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre. (Salmo 16:11)”. Dios está dispuesto a bendecirte y sus brazos están abiertos para sanar la herida que el mundo y la vida han hecho en ti. Para restaurar lo que el diablo te ha quitado. Para levantarte y hacerte una nueva criatura victoriosa en él.
Dale acceso a Cristo en tu vida.