Romanos 5:6-8 dice: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
Aquí el apóstol Pablo describe la naturaleza del ser humano como débil, flaca, impotente, y sin fuerzas. Esta debilidad no busca describir atributos físicos de las personas, por el contrario, describe el hombre interior. Las personas sin Cristo no tienen el poder, fuerza, ni capacidad de salvarse a sí mismos en términos de dónde van a pasar la eternidad. Esta naturaleza impotente y pecaminosa es la que mantiene al hombre lejos de Dios. Por lo tanto, todos estamos perdidos y sin la capacidad de salvarnos. Romanos 3:23 dice que por cuanto todos pecaron están destituidos de la gloria de Dios. Esta incapacidad e impotencia es como producto de la desobediencia de Adán y Eva en el huerto del Edén.
En el tiempo antiguo se sacrificaban animales para la expiación de los pecados. “Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” de su hijo Jesús (Romanos 8:3). Jesús, el hijo de Dios, se ofreció como sacrificio perfecto, puro, y limpio como muestra de amor para la humanidad. Ya no tenemos que ofrecer machos cabríos para la expiación de nuestros pecados. Es la sangre de Jesús la única sangre con el poder y capacidad de limpiarnos de toda maldad y nos hace acepto ante los ojos del Padre. Nos redime de toda maldad y todo pecado. Romanos 3:24 dice que hemos sido justificados gratuitamente por la gracia de Dios mediante la redención que es en Cristo Jesús.
Solamente en Cristo vamos a encontrar la fuente y fundamento para el perdón de nuestros pecados y salvación de nuestra alma. Es por esto que Cristo murió por nosotros. Jesús vino y se ofreció a sí mismo como el sacrificio perfecto. Es por esto que la Biblia dice que una vez somos lavados en la sangre del Cordero, el Padre nos mira y ya no nos ve a nosotros sino que ve a Cristo en nosotros. Nos convertimos en cartas abiertas leídas por todos los hombres (2 Corintios 3:3). Pablo recalca en Romanos 3:27 que nuestra justificación es por la ley de la fe sin las obras de la ley. Y añade en Romanos 5:9-10 que siendo ya “justificados por la sangre de Jesús, por Él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo; mucho más estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. Finalmente, recuerda que somos comprados a precio de sangre, Jesús dio su vida por rescate; ¡glorificad, pues, a Dios! (1 Corintios 6:20).
Te invito hoy; Dále tu vida a Cristo.