(C)Marilú Ickes
Mi esposo y yo conducíamos en la avenida principal saliendo de la ciudad de Filadelfia. Cerca de ¼ de milla frente nuestro hubo un accidente que cobró la vida de una persona y dos heridas de gravedad. Dada la naturaleza y la magnitud del accidente, las autoridades bloquearon 3 millas de la avenida y decenas de carros quedaron atrapados sin poder salir por 4 horas; mi esposo y yo incluidos en el bloqueo.
Durante esas 4 horas personas se sacaban fotos con nuevos conocidos “selfies”, socializaron, contaron chistes e historias, hablaron del trabajo, y otros temas por demás. Un hombre vino desde el carril contrario para colectar dinero de las personas en el carril bloqueado para alegada comprar una “pizza” para. Personas le daban dinero con la esperanza de ver algo de comer. ¿La pizza llegó? No.
Era como ver dos mundos diferentes con diferentes crisis simultáneamente. Sin lugar a dudas estar en un lugar a pleno sol sin poder ir a ninguna parte no es lo que yo llamo un día de paseo. En ese grupo de personas había bebés, jóvenes, adultos, personas de edad, diferentes razas, lenguas, creencias, en fin, un grupo heterogéneo. Diferentes necesidades, personas tratando de mantener infantes lo más calmado posible. Otros evitando claustrofobia dentro de los vehículos. Otros con impulsos de socialización. Hambre. Calor. Sueño. La lista puede ser interminable. Sin embargo, ¼ de milla al frente de nosostros una persona perdió la vida y otras dos en estado crítico.
Esto me mueve a pensar en la fragilidad y el afán de la vida. Usualmente estamos bien enfocados en estar bien, cómodos, vestidos, suplidos, educados, y alimentados. Tener de todo y por todo. Procurar que nada falte. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, nada de eso resulta ser importante pues sin vida, nada vale. No estoy menospreciando la preocupación legítima de tener nuestras necesidades cubiertas, pero a la misma vez, es importante recordar que Jesús (Mateo 6) nos recuerda que Dios tiene cuidado de las aves cielo, que ellas no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. Y nos pregunta, ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? Y nos pide que consideremos los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan. Nos ilustra, además, que si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así. Dios se encarga de alimentar el ave, vestir el lirio, y vestir la grama. Y yo te pregunto, acaso no somos más que un ave, un lirio, o la grama? ¿No tendrá Dios cuidado de nosotros?
Amados, no nos afanemos por nuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber, ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. Jesús pregunta ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Y Jesús nos recalca que nuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
Entonces, ¿cuál debe ser nuestro enfoque, nuestro objetivo, o nuestro norte? “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Retomando el accidente de tránsito, cuando nuestra vida está enfocada en Cristo, nuestros objetivos sincronizados en Cristo, y nuestro norte es Cristo, no hay nada que temer. Si perdemos la vida, nos vamos con Dios. Si estamos heridos, Dios nos puede sanar. Isaías 53:5 dice “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” ¿Estamos atrapados o hambrientos? Salmos 146:7 dice que Jehová hace justicia a los agraviados, que da pan a los hambrientos, y que Jehová liberta a los cautivos”. No importa cuál sea nuestra necesidad, Dios tiene cuidado de nosotros. En el libro de Hebreos (capítulo 12) el apóstol Pablo nos insta a que mantengamos nuestros ojos en Jesús quien es el autor y consumador de nuestra fe.