Noemí era una viuda que estaba tan inmersa en su luto y amargura que no pudo ver la posibilidad de que Dios pudiera extender su misericordia sobre sus nueras. Ambas eran extranjeras. Noemí sabía que iba a confrontar varias posibilidades si ella encontraba un ‘pariente redentor’ para levantarle nueva descendencia a su esposo. Primero, ella se consideraba muy mayor de edad para tener hijos. Segundo, si lograba conseguir el ‘pariente redentor’ y quedar embarazada, sus nueras tendrían que esperar a que ese hijo creciera para ellas poder levantar descendencia a sus difuntos maridos. Noemí también sabía que no le era lícito a un varón israelita unirse a mujer extraña; esto incluía distintas naciones y distintos dioses; ambas nueras cumplían con ambas cualidades Dada esta realidad, Noemí le dijo a sus nueras:
- (Ruth 1:12-13) Volveos, hijas mías, é idos; que yo ya soy vieja para ser para varón. Y aunque dijese: Esperanza tengo; y esta noche fuese con varón, y aun pariese hijos. ¿Habíais vosotras de esperarlos hasta que fuesen grandes? ¿Habías vosotras de quedaros sin casar por amor de ellos? No, hijas mías; que mayor amargura tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha salido contra mí.
Cuando nos enfocamos en lo que dice la ley, dicta la tradición, enseña la cultura, establece el reglamento, y no nos sintonizamos en Dios, nuestros ojos y oídos espirituales padecen de miopía y sordera, también nos da amnesia espiritual. La miopía de Noemí no le dejó ver lo que Dios había hecho en la vida de Ruth y su sordera no le permitía escuchar la voz de Dios. Sólo le quedaba aferrarse a las costumbres de su pueblo, que no parecían ser muy alentadoras. En su miopía y sordera espiritual olvidó quién era su Dios. Noemí olvidó que el pueblo de Israel cruzó el Mar Rojo en seco. Se le olvidó que Dios suplió agua de una peña, suplió maná, los guió con nube y fuego, los libertó de mano de los egipcios. Se le olvidó quien era su Dios! Pero ¿sabes qué? Eso mismo nos pasa a ti y a mí.
Tú me preguntarás ¿cómo es posible olvidar cosas tan importantes como esas? Fácil, dice la Biblia que cuando estés harto, y tengas la buena casa, y tus posesiones aumenten, y tus finanzas mejoren, y todo lo que tengas aumente, tu corazón se eleva y te olvidas (Deuteronomio 8:10-14). ¿Cómo es eso? Sí, salimos de nuestra tierra, conseguimos trabajo, compramos nuestra casa, tenemos un carro, y todo nos va bien. Entonces decimos, “ahhh, que mucho yo he trabajado y mira todo lo que he logrado”. Ahí, ¿viste que sencillo? Nos olvidamos de Dios; ya Dios no existe en nuestro panorama. Nos creemos que todo lo que hemos logrado y obtenido es por nuestro propio mérito y no por Dios. Ya tenemos miopía y sordera espiritual. Ya caminamos por en nuestra propia prudencia, por vista y no por fe.
Deuteronomio 4:9 dice: “Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida: y enseñarlas has á tus hijos, y á los hijos de tus hijos”. El libro de Deuteronomio está lleno de “no te olvides” (6:12, 8:11, 9:7, 25:19). Jehová le instaba a su pueblo a recordar de dónde Él los libertó (Deut 5:15), lo que hizo con Farahón (Deut 7:18), y de qué Él es capaz de hacer (Deut. 8:18). Dice Elesiastés 12:1 “Acuérdate de tu creador en los días de tu juventud, antes que vengan los malos días, y lleguen los años, de los cuales digas, no tengo en ellos contentamiento”.
Es nuestro deber recordar las misericordias de Dios en nuestra vida. Recordar los milagros que experimentamos día a día. Cuéntaselas a tu parentela para que la descendencia que se levanta sepa quién es tu Dios y qué ha hecho en tu vida. Yo te invito en esta hora que traigas a tu memoria quién eras sin Cristo, dónde estabas, qué era de ti, qué rumbo tenías. No esperes llegar a una avanzada edad para recordar quién es Dios y qué ha hecho por tí.
Tú no le sirves a un dios pequeñito. Tú le sirves a un Dios que murió por tí, te redime, llevó tus enfermedades en la cruz del calvario y por sus llagas eres curado; nuestros imposibles para Él son posibles; te provee, Él es el dueño del oro y de la plata; hizo tus pies como de sierva y en tus alturas te hizo andar. Dice el Salmo 86:8-10 “Oh Señor, ninguno hay como tú entre los dioses, Ni obras que igualen tus obras. Todas las gentes que hiciste vendrán y se humillarán delante de ti, Señor; Y glorificarán tu nombre. Porque tú eres grande, y hacedor de maravillas: Tú solo eres Dios.” Te dice el Señor en esta hora “acuérdate de estas cosas, ______tu nombre______, pues que tú mi siervo eres: Yo te formé, siervo mío eres tú: ______tu nombre_____, no me olvides” (Isaías 44:21).