La Biblia dice que de tal manera amó Dios al mundo que dio a su hijo unigénito para que todo aquel que en Él crea no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16). De tal manera… En realidad, podríamos cuantificar ‘de tal manera’. ¿Cuánto es ‘de tal manera’? El mejor esfuerzo que podríamos hacer es imaginarnos la partida de un hijo, cónyuge, progenitor, o un íntimo amigo. Pero en realidad ¿tenemos la capacidad de cuantificar el amor de Cristo? A nosotros se nos hace relativamente sencillo amar al que nos cae muy bien, al que se parece a nosotros, al que nos ayuda, al que nos acompaña todo el tiempo. Pero y qué del que me insulta, me da la espalda, me pone el pie para que caiga, me maldice, hiere a mi hijo, a mi cónyuge, destruye mi hogar, mi matrimonio, y mi familia, al que me dejó sin empleo, al que me chocó el carro, al que no me pagó la deuda, al que no me perdonó la deuda; la lista es interminable. Duro ¿verdad? Eso fue lo que Cristo hizo, amar. Al que le hizo daño, le amó. Al que lo castigó con el látigo, le amó. Al que le escupió, le amó. Al que le vendió, lo amó. Amó, amó, y sigue amando.
Nos amó tanto que estuvo dispuesto a morir por mí y por ti. Sí, por nosotros, los que le damos la espalda, los que lo ponemos en espera (hoy no, estoy muy joven, el tiempo no me da, eso es para viejos, y más), los que preferimos no creerle, los que le rechazamos, los que dudamos de sus promesas, los que dudamos de su poder y bondad, los que dudamos de su misericordia. Por todos nosotros, Él se dio. Pero ¿sabes qué? Cristo todavía te ama, te espera, su sangre en la cruz del calvario todavía limpia de pecado y maldad. Hay esperanza, dice la Biblia que Él toca a la puerta y llama, si tú oyes su voz y abres, Él entrará, y cenará contigo (Apocalipsis 3:20). Esa invitación está viva, activa, vigente, y latente.
La invitación está viva porque Cristo dijo yo soy el camino, la verdad, y la vida. Jesús también dijo: “Yo soy el pan de vida: el que á mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.” (Juan 6:35); dijo además, “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna” (Juan 6:40). Él es el principio y el fin y vino para que tú tengas vida (Juan 10:10) en Él.
La invitación está activa porque la sangre de Cristo se derrama hoy por ti y por mí. Dice la Biblia que Él es el mismo hoy, ayer, y por siempre. Dijo Jesús “pongo mi vida” (Juan 10:15). Fíjate que habló en presente. Juan 10: 17-18 dice: “porque yo pongo mi vida, para volverla á tomar. Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla á tomar.” Su vida está puesta en la brecha por ti hoy. Dice La Biblia que Él no se muda ni se cambia y en Él no hay sombra de variación.
La invitación está vigente, su sacrificio en la cruz todavía tiene poder para salvar, libertar, restaurar; tomar todos los pedazos que el mundo rompió y unirlos para hacerte una vasija útil de honra. Mateo 11:28 “Venid á mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar.” Dice la Biblia que Él se humilló, murió en la cruz, y su nombre es sobre todo nombre (Filipenses 2:8-9). Efesios 1:7 dice que “tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de su gracia”. Dice Hebreos 12:2 que Él sufrió la cruz sin importarle la vergüenza que significaba y ahora se sienta a la diestra del trono de Dios.
Por último, la invitación está latente, es constante, te insiste. Isaías 45:22 dice “Mirad á mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra: porque yo soy Dios, y no hay más”. El libro de Apocalipsis dice: “Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de la vida de balde” (22:17), “ciertamente, vengo en breve.” (22:20). Los discípulos le dijeron a Baltimeo “ten confianza, levántate, [Jesús] te llama” (Marcos 10:49). Finalmente, Jesús te dice, yo te amo, morí por ti, toco a tu puerta, ven a mí, yo te ayudo, yo te sano; ven, ¡ven! “El Maestro está aquí y te llama” (Juan 11:28).